sábado, 18 de junio de 2011

Encenizada

Día gris. No sé si son sólo nubes o si tienen alguna responsabilidad en ésto las cenizas que vienen viajando desde el sur...

Hace frío. ¿Será que yo lo siento tanto porque hay humedad o será que soy yo la que está destemplada? Mis pies están congelados, casi entumecidos...

Caos en la ciudad. Hay manifestaciones, embotellamientos y la gente anda convulsionada por la calle. Hay razones, como la final de futbol...

Escucho música. Cerati, cuando aun estaba despierto, me está deleitando con sus canciones en versión sinfónica...

Tomo mate. Como si tomando algo calentito me fuera a volver el alma al cuerpo...

Beto duerme. Pegadito a la estufa, abrazado a mi sweater de lana gris y con una paz envidiable...

Mañana es el "Día del Padre". Y yo, viejo querido, hoy te extraño entrañablemente... pese a que a donde vaya te llevo conmigo. Sí, lo sé... el sentimiento es contradictorio, casi tanto como yo.

Estoy rara. Siento que lo gris del día, sumado al resto de los condimentos, bien integrados a la preparación, quieren tirarme abajo... pero no quiero ceder, no voy a aflojar.

No tengo planes. No sé qué haré en lo que resta de este sábado... Puedo juntarme con amigos, puedo cocinarme algo rico, puedo ir al teatro o al cine, puedo irme a la cama y zambullirme en alguna peli de ésas que te conmueven hasta las pestañas, puedo encontrarme con él...

Final abierto.

Pronóstico: inestable... ¡Qué novedad!

lunes, 30 de mayo de 2011

Nobleza obliga

Así... de repente... sin siquiera buscarlo... nos conocimos. Una fiesta de cumpleaños fue la ocasión. Que te invito una cerveza, que te enseño cómo se baila esta música si te dejás llevar, que pasame tu teléfono, que tomemos agua antes de irnos manejando nuestras respectivas naves, que... bla bla bla bla.


Y casi sin darnos cuenta, de la nada -"out of the blue" como dicen los gringos- empezamos a gustarnos.


¿Por qué será que cuando las cosas se dan así, tan simples, tan sin vueltas, tenemos reparos? En cambio, pareciera que cuando la historia viene intrincada, retorcida, compleja, uno se lanza al vacío casi sin dudarlo.


¿Será que no puede ser tan sencillo? ¿Quién dijo que las relaciones humanas no pueden ser naturales de entrada? ¿Para qué nos complicamos la vida cuando es mucho más sensato ser auténticos?


Hace menos de un mes que te conozco, y cada día que pasa me siento más en el aire...


Me gusta tu mirada decidida, tu voz ronca, tu sonrisa espontánea, tu energía para hacer las cosas que te llenan, tu libertad. Me gusta que me mimes, que me digas cosas lindas, que me cuides, que me cocines, que me llames. Me gusta gustarte, sorprenderte, charlar sobre cualquier tema. Me gusta pasar tiempo con vos, cocinarte, ver películas, ir del lado del acompañante. Me gusta que me dejes entrar en tu mundo y que aceptes mi invitación a formar parte del mío. Me gusta quiénes somos cuando estamos juntos...


Yo sé que en estas cuestiones es primordial que el tiempo, nuestro propio tiempo, vaya marcando el ritmo... no se trata de soplar y hacer botellas... para nada. Y ni hablar de la importancia que en esto de conocerse hay que darle a los hechos, que dicen más que mil palabras. Pero algo me dice que esta vez puede andar... no sé si será que estoy aprendiendo a ser cada vez más yo, incluso cuando estoy con vos, no sé si será que el pasado me ha enseñado a no apresurarme y a no idealizar así como tampoco dejar que me idealicen, no sé si serás vos y la nobleza que irradian tus ojos... pero siento paz. Y me gusta...

jueves, 21 de abril de 2011

Liberté

La Pascua, según la Biblia, es el paso de la esclavitud a la libertad. El Cristianismo, por su parte, nos ha enseñado que "la Verdad os hará libres". Las democracias modernas se fundan en férreos principios como la igualdad, la fraternidad y la libertad. Las publicidades nos compelen a procurar ser cada vez más libres: si comprás tal o cual producto vas a sentirte más liberada; si juntás tapitas de gaseosa vas a poder hacer lo que quieras; si consumís determinado programa de televisión vas a poder tomar mejores decisiones, etc. La música, el cine y las artes en general también nos hablan de la libertad...
Pasa, sras. y sres. que la libertad es inherente al ser humano. El hombre nace libre y procura seguir siéndolo a lo largo de su vida... está en sus genes, por decirlo de alguna manera. Paradójicamente, a veces, en esta empresa apasionante que es la vida, uno termina por creer que sigue siendo libre aun cuando, en realidad, no puede vivir sin tal o cual producto, sin adquirir determinados bienes de consumo, sin alcanzar ese nivel socio-económico que -precisamente- le ha facilitado disfrutar de ese alto nivel de "libertad".
Pero la libertad no se mide en términos de bienestar exterior, de logros económicos ni de objetos que uno ha podido adquirir. Aunque hay quienes sostienen, motivados por las glorias del capitalismo, que el dinero ayuda a ser libre para "tener, comprar, conseguir lo que uno quiere".
La libertad de la que les hablo hoy yo nada tiene que ver con todo esto. Yo apunto a la libertad interior: esa que nos confiere el sabernos seres humanos que podemos pensar, decir y hasta sentir lo que queramos. El hombre es, por definición, libre. La macana es que, a medida que vamos creciendo, los condicionamientos externos, los miedos, las expectativas de otros, los mandatos, de alguna manera atentan contra esa libertad que nos define. Si bien es cierto que para vivir en sociedad, nadie puede ser del todo libre, porque "nuestra libertad termina donde empieza la del otro", a lo que voy es a que uno mismo, internamente, va coartando su propia libertad por cuestiones de orden psicológico o conductual que fue aprehendiendo. De ahí que uno no dice en voz alta todo lo que piensa, uno se controla para no hacer tal o cual cosa que podría eventualmente generar reprobación en un contexto determinado, etc.
En algunos casos, cuando la mirada del otro ocupa un lugar extremadamente predominante en nuestras vidas, llegamos a limitar nuestra libertad hasta de pensar o sentir. Claramente, en este caso, estaríamos ante un cuadro -creo yo- patológico: nuestra libertad sería ínfima en relación con la libertad de los demás, que adquiriría así un alto grado de protagonismo; tan alto que nos "sometería".
La mayoría de los seres humanos nos consideramos libres... hasta que nos relacionamos con otros. En mi corta experiencia de vida, he podido comprobar que personas de todas las edades, de todas las clases sociales, de todos lados, que uno certificaría que son plenamente libres o que, de proponérselo, podrían serlo, no lo son. Lo que sucede es que, cuando vamos creciendo, a los condicionamientos que mamamos de niños, se le van sumando otros. Cuando queremos darnos cuenta, estamos contra las cuerdas, peleando internamente con nosotros mismos para liberarnos de esos fantasmas que nos afrentan.
En mi caso particular, suelo ser bastante libre con algunas cuestiones: no me ata la religión, no me siento oprimida por las ideas de vanguardia, no soy esclava de la moda ni de la apariencia, no soy una consumidora compulsiva, no me atormenta el hecho de no tener tal o cual cosa. Pero en cuanto a las relaciones interpersonales, debo admitir que no soy todo lo libre que querría ser.
Esto quiere decir que hay situaciones en las que no me atrevo a hacer lo que quiero, hay personas a las que me cuesta mucho decirle lo que pienso o lo que siento. Y eso tiene que ver con que tengo lisa y llanamente miedo. Miedo a hacer cosas que nunca hice, a equivocarme, a hacer el ridículo. Miedo a que no me quieran, a no cumplir con las expectativas que, asumo, otros tienen de mí, a decir que no. Se podría hasta decir que esto del miedo es mi "talón de aquiles". De ahí mi "miedo a la libertad" del que les hablaba en otro post...
Ahora, contradictoria como soy, no le temo a conocer personas y lugares nuevos, no me da miedo vivir historias que impliquen involucrarme, no siento miedo de darme, no me paralizo ante situaciones que otros podrían considerar difíciles y hasta injustas, no suelo darme por vencida cuando la vida da esos golpes duros de asimilar: prefiero vivir y sufrir a no haber vivido para evitar eventualmente el sufrimiento.
La lucha es interminable: cuando uno cree que ha ganado la batalla, una nueva oportunidad de ser libre o no serlo se presenta, y algunas veces se vuelve a caer en las redes del sometimiento; a veces inconscientemente y otras, bien a sabiendas.
Humildemente, pienso que lo importante no es no tener que pelear más contra estos molinos de viento: creo que lo valioso es que en cada caso, uno pueda verse, reconocerse, saberse débil y quererse igual. Éste sería el primer paso. Luego, surgen los cuestionamientos internos, de los que uno no puede escapar si quiere vivir una vida auténtica: "¿es esto lo que yo quiero/siento/pienso en verdad?" Acá lo ideal entiendo que sería que, en base a la respuesta, podamos actuar en consecuencia. No creo que haya que castigarse si uno no lo consigue de buenas a primeras... sobre todo si se pone en perspectiva que, habiendo vivido toda una vida condicionado, esto de ser libre no va a resultar tan simple como soplar y hacer botellas. Lo fundamental es no engañarse a uno mismo, y tenerse paciencia... esa paciencia que nace del amor incondicional que uno va aprendiendo a tenerse. Cuando una persona se sabe amada se empieza a liberar. De a poco, ese ser que es uno mismo, que se conoce como nadie y que es amado a pesar de sus limitaciones, pasa a ser un ser plenamente libre. Y no porque haga o diga lo que quiera a los cuatro vientos; simplemente porque sabe cuál es su lugar y quién es, y es libre de serlo, particularmente, en cada caso concreto que se le va presentando. Entonces, cuando sienta que se lo quiere manipular, cuando se le quiera imponer algo, cuando alguien pretenda de él algo que no quiere dar; sabrá cómo no dejarse someter, cómo liberarse, cómo decir que no. Hace poco escuché un tema de Rosana que cada vez que suena me conmueve, se llama "Llegaremos a tiempo" y dice: "Sólo pueden contigo, si te acabas rindiendo". Pienso que aplica para esto de no bajar los brazos y seguir conquistando la libertad interior.
Yo sé que esto puede parecerles una gran pelotudez, que muchos ni siquiera compartan mi punto de vista, que algunos piensen "efectivamente, sí... Aurora es una contradicción caminando" (lo cual no sólo no niego sino que afirmo)... En definitiva, sé que puedo no gustarle a todo el mundo y que, mejor aún, no tengo que gustarle a todo el mundo. Y es un gran alivio saber que mi valía como persona no está puesta en esas variables, sino en cuestiones tales como el coraje con el que combata mis miedos, el esfuerzo que ponga en superarme, el empeño con el que me siga conociendo más a mí misma y me sea fiel.
Estoy en proceso de convertirme en quien soy... Citando a Juan Gelman: "aquí pasa, señores, que me juego la muerte" ("El juego en que andamos").

jueves, 17 de marzo de 2011

Catarsis

No sé muy bien qué me anda pasando... estoy como abatida por una maraña de sensaciones encontradas, por un remolino de sentimientos de esos que consiguen generar inestabilidad...
Haciendo un breve repaso, me di cuenta de que es posible que ésto se deba a varias cosas, como por ejemplo:
  • el final del verano y la inminente llegada del otoño, lo que trae aparejado que los días sean un poco más cortos y que anochezca más temprano, que las temperaturas disminuyan considerablemente, y que las flores comiencen paulatinamente a dejar de emanar ese perfume embriagador;
  • la inexorable llegada del mes de abril, que -como asiduos lectores, ya saben- me induce a mirar las cosas desde una perspectiva diferente, conminándome de alguna manera a poner en la balanza todo lo que hice y dejé de hacer durante el año que pasó;
  • los cambios rotundos que la realidad nos impone, que no son necesariamente malos porque suelen implicar una serie de ajustes que siempre, a la larga, terminan siendo positivos... aunque uno no tenga muchas ganas de adaptarse a ellos, si le dieran a elegir;
  • la agobiante historia cíclica de cada uno: eso de que la rutina por momentos consiga ganar la pulseada y uno termine por pensarse como un mero espectador de su propia existencia, situación ésta que me rebela pero que no consigo erradicar del todo;
  • los miedos, incluyendo entre ellos, al miedo a la libertad, sobre el que les comentaba en mi post anterior;
  • el caos de tránsito;
  • la soledad;
  • el no sentirse comprendido por el otro, lo cual es resultado lógico de que no logremos, en primera instancia, comprendernos a nosotros mismos;
  • la ardua tarea de darse, de barajar de nuevo, de cerrar capítulos que no conducen a ninguna parte, de animarse a ponerse en juego -so pena de salir lastimado-, con el altísimo grado de ansiedad que todo ello trae consigo;
  • la postergación de proyectos, sueños, ilusiones y juegos, que se sigue del mero hecho de volver al ruedo y de enfrascarnos de lleno en la rueda gris de las responsabilidades;
  • la devastadora tragedia que azota a Japón y al mundo entero;
  • la angustiante pobreza socio-económica que padecemos como sociedad, que duele y nos compele a la lucha, aunque a veces sintamos que estamos peleando contra molinos de viento por momentos;
  • el agotamiento mental y anímico que resulta de todas estas situaciones entrelazadas, de todos estos ingredientes juntos.

Pero -por suerte, siempre hay un "pero" en la mayoría de mis elucubraciones- como después de la lluvia sale el sol, tengo que reconocer que este desasosiego que a veces me invade suele escabullirse de la misma manera en que llega: subrepticiamente. De hecho, aun cuando las lágrimas desborden, confío en que "mañana será otro día", "cada vez que se cierra una puerta, se abre una ventana", "no hemos de darnos por vencidos ni aun vencidos"...

¡Guarda que no es que me conmuevan las frases hechas o que me programe para repetir esas afirmaciones típicas de los libros de autoayuda -sin desmerecerlos, por supuesto-! Pasa que, en el fondo, mis queridos, soy una incurable optimista y no lo puedo evitar. Estoy convencida de que cada experiencia que vivimos encierra una enseñanza, cada amanecer alberga miles de posibilidades, cada golpe nos hace más fuertes para seguir andando. Lo sé porque ya me ha pasado. El tema es que esto de vivir es apasionante: si bien cada vez los miedos como las expectativas son más grandes, y uno no deja de ponerse más grande tampoco; por otra parte, hay cosas que uno ya fue adquiriendo, hay menos preguntas -y más punzantes- y hay también un puñadito de certezas... la sumatoria de todo, en definitiva, nos ayuda a ir desentrañando la madeja, a correr el velo y a vislumbrar la senda.

Y así, de a poco vamos empezando a apreciar las hojas que caen de los árboles formando alfombras de colores, los chocolates calientes, el reconfortante calor de las estufas, los encuentros anhelados, las películas en la cama, las mantas de polar, las noches más largas precedidas por días más cortos, el viento en la cara, las sorpresas y alegrías que nos deparan los cambios, la aventura de disfrutar del viaje por más abarrotada que esté la ruta, la adrenalina que nos produce el sabernos protagonistas de nuestra vida, el inmenso cariño incondicional que nos genera el conocernos un poco más, la infinita posibilidad de darse, la felicidad de sentirnos acompañados aun cuando estamos solos, la empatía con el que sufre, que nos hace más humanos y nos reconcilia incluso con nuestras propias miserias, la satisfacción de haber superado la prueba, la certeza de haber dado pelea a los monstruos que no dejan de aterrarnos...

Estos días fueron angustiantes, sin duda... Sin embargo -les confieso- que haberme hecho este tiempito para compartir estas líneas con uds., me hizo mucho bien.

domingo, 23 de enero de 2011

El miedo a la libertad

Antes de que me denuncien, quiero hacer una declaración: el título de este post es idéntico al de un libro de Erich Fromm; libro que tengo en mi biblioteca pero que por el momento no he siquiera abierto. Incurrí en el plagio -que en rigor de verdad no es tal porque estoy poniendo de manifiesto de dónde proviene la cita- por el simple hecho de que no se me ocurrió ninguna otra manera mejor de describir lo que ha estado exacerbando mis neuronas últimamente.
Uds. están en todo su derecho de aseverar que estoy loca... y sí... convengamos que hay que estar un poco loco para vivir en este mundo, digitado por unos pocos a costa de un contingente de "nadies". No obstante, no me voy a detener ahora a desarrollar esto acá: el espejismo que nos impone la postmodernidad será, en todo caso, materia de debate para otra oportunidad. Pero sí... confieso que soy una "loca linda".
Retomando el tema principal -sepan disculpar la dispersión que me invade-, aprovecho para aclarar el alcance de lo que yo quiero significar por "miedo a la libertad". Desde ya, no me estoy refiriendo a cualquier libertad, por lo que quedarían fuera de este análisis la libertad sexual, la libertad para elegir qué color de pelo usar, la libertad de prensa, la libertad de expresar ideas; entre otras tantas que supimos conseguir con sangre, sudor y lágrimas... por lo que ya son nuestras desde el minuto uno en que llegamos a este mundo y por imperativo legal.
Cuando cito a Fromm al hablar del "miedo a la libertad", apunto nada más y nada menos que al miedo a "ser" libres.
La existencia, el hecho de estar vivos, de ser, implica -desde mi humilde punto de vista- el desafío de poner en juego todo lo que somos en cada cosa que elegimos y en cada vínculo que forjamos. Y en estos días, he sentido que muchas veces uno vive, uno existe, pero no es taaaaaaan libre como cree. En efecto, pude comprobar que ser todo lo libres que queremos ser no es tarea sencilla; máxime en esta época en que, paradójicamente, tenemos libertad hasta para elegir no ser libres.
Cuando uno decide ser libre, actúa libremente. Esto, llevado al plano de las relaciones humanas, necesariamente supone exponerse, abrirse, fluir, expresarse... en pocas palabras, dejarse ser. Y ahí es cuando asoma el miedo... ¿y si no le gusto? ¿y si lo que tengo para decir le parece una boludez? ¿y si subestima mis inquietudes y corro el riesgo de que con su descalificación termine de caérseme el mundo encima? ¿y si no me entiende? ¿y si con lo que siento, al expresarlo, me siento vulnerable? ¿y si me arriesgo y finalmente vuelvo a quedarme sola... otra vez?
En este punto me quiero detener: si uno adopta como pilar de su existencia -y de la existencia humana en general- a la libertad; cuando uno abraza esa libertad, ineludiblemente tiene que lidiar con el miedo. Ese miedo que se manifiesta como un escalofrío que recorre nuestra espalda, como un monstruo grande que pisa fuerte, como un gran iceberg que nos bloquea y nos paraliza, desnaturalizándonos. Este miedo del que hablo es tan pero tan poderoso a veces, que uno puede terminar optando por renunciar a su libertad, prefiriendo dejar las cosas como estaban con tal de no tener que enfrentarse a él.
Creo que lo valioso de vencer al "virus del miedo" -parafraseando una vez más a mi querido Ismael- es que, una vez derrotado, una vez sorteado ese obstáculo, el ser humano conquista su libertad y se convierte en un ser libre. Y el hecho de sabernos más libres que nunca, de haber podido "ser" quienes en verdad somos, es el mayor logro al que podemos aspirar.
Por otra parte, vivir plenamente la libertad en el marco de la interacción con un otro, me conlleva a reconocer en ese otro el mismo grado de libertad. Por lo que, al momento de construir vínculos humanos sanos y auténticos, se torna imprescindible considerar a las personas dignas y merecedoras de libertad; incluso cuando ellas mismas aun no se hayan descubierto como tales.
Me imagino que a estas alturas estarán pensando que este post es un juego de palabras... pero no. La idea era tratar de compartir con Uds., mis queridos lectores, lo que recién a mis casi 33 años, he descubierto como vital. Como ya esbozara vagamente a lo largo de otras entradas, honestamente estoy un poco cansada de pelear batallas infructuosas contra fantasmas que sólo se alimentan de histeria, agotada de jugar con reglas que terminan imponiendo la victoria (libertad) de unos por sobre el fracaso (esclavitud) de otros; me niego absolutamente a esconderme tras una máscara llegando al extremo de desconocerme. Hoy por hoy, quiero ser libre aun a riesgo de quedarme sola... Definitivamente, prefiero estar sola pero no tenerle miedo a mi libertad; no quiero temer ser quien soy. Esto viene a cuento de que, los valientes que atravesaron todas las etapas de este camino, dicen que no hay peor soledad que aquella a la que uno mismo se condena cuando no se elige.
Ahora bien, hay que puntualizar en esta instancia que el ejercicio de la libertad no es excluyente de la vida en pareja; no nos impide que podamos entablar relaciones humanas de ningún tipo... sólo exige que éstas también sean libres, que se basen en el respeto mutuo de la libertad de cada uno.
Por otra parte, estas reflexiones que someto a vuestra más distinguida consideración, concluyen en que vale la pena el desafío... pese a que los resultados puedan parecer en un primer momento adversos; aunque aquello que anhelamos en lo inmediato se nos escurra de entre los dedos; a pesar de que ese otro termine por elegir no vivir en ese mismo plano de libertad que -por el sólo hecho de existir- le corresponde y, por ende, quedará latente en su interior hasta que se decida a alcanzarlo.
Es que, como ya les advertí antes, el otro -como ser libre que es- bien puede decir que NO, que no sabe cómo darse, que no quiere exponerse, que prefiere dejar las cosas ahí, que opta por no ser libre, aunque parezca contradictorio. Y tenemos que saber respetar las decisiones del otro, de la misma manera que nosotros exigimos que las nuestras sean respetadas.
Sin embargo, no todo está perdido... luego del abatimiento, del sabor amargo de la tristeza, de la impotencia que nos puede acarrear la elección que en definitiva hace el otro; allá a lo lejos, es posible vislumbrar una luz, un poco tenue al principio. Esa lucecita luego se va convirtiendo en un rayo incandescente, para transformarse finalmente en un sol radiante que brilla con tanta fuerza que hasta nos encandila: hemos ganado la batalla... vencimos ese miedo a la libertad, conseguimos conquistarla.
Como diría Jean Paul Sartre, uno de los más conocidos expositores del existencialismo, "estamos condenados a la libertad". Cuanto antes la vivamos, cuanto antes optemos por ser libres, más fieles nos seremos... más pronto nos habremos encontrado... más simple será para un otro encontrarnos.
Espero que no se hayan aburrido leyéndome... De todas maneras, pese a que temo que mis cavilaciones les parezcan un embole, elijo postearlas igual... aunque decidan dejarme sola y zambullirse en otro blog. Ja!

jueves, 30 de diciembre de 2010

Para mis amigos... una reflexión de fin de año.

"Año Nuevo, vida nueva". Sí, sé que es muy trillada esa frase... Sé que uno no se reinventa porque cambie el calendario y vuelva a correr la perinola... Sé que en breve arranca el 2011 y que indefectiblemente va a venir cargado de un puñado de cuentas que quedaron pendientes, de temas sin resolver, de vínculos por afianzar, de objetivos que no hemos podido lograr...
Pero lo bueno es que viene... y que, así como hay cosas que arrastra del año anterior, no es menos cierto que también se vendrá insuflando nuevos aires, nuevas posibilidades, abriendo camino a nuevos proyectos, nuevas sorpresas, con la perspectiva de conocer gente nueva, conseguir nuevos trabajos, conocer nuevos lugares, vivir nuevas historias...
Dicen los que saben que para vivir lo nuevo hay que cerrar primero la etapa que se deja atrás; para dar un paso, hay que necesariamente adelantar el pie que quedó relegado en el paso anterior. Pero no sé si en este caso se aplicaría estrictamente hablando...
En mi caso personal, estoy ansiosa porque llegue el 2011 para barajar de nuevo y andar, sin saber muy bien hacia dónde; sin saber tampoco qué me deparará, pero andar al fin... Soy -junto con el querido tío Mario Benedetti- de esas personas que piensan que una de las cosas más importantes en la vida es andar... no dejarse estar, no quedarse paralizado, no bajar los brazos, no dar nada por sentado, no salvarse, no suplir la voluntad de nadie ni permitir que nadie supla la nuestra, caminar, correr, caerse y levantarse... sobre todo eso, siempre levantarse.
Ahora bien, es una realidad que este 2010 no nos deja solamente saldos en rojo ni se va con las manos vacías. Al irse, nos deja un sinfín de buenos momentos, un par -o dos- de enseñanzas, una estela de regalos de esos que no se pueden comprar. Diría mi buen amigo Ismael que aun quedan "tantas cosas por nombrar, tantas cosas por hacer... todas contigo". Y, como de costumbre, así también lo veo yo.
Por eso, en estas fiestas -si de nombrar regalos se trata- el mío consiste en haber compartido con vos tu dolor, haberte prestado mi hombro, haber podido escucharte, haberte dado mi tiempo, mi opinión, mi casa. Mi regalo es haber celebrado codo a codo tus logros, tus alegrías, tus pequeños instantes de felicidad. Mi regalo es haberme dado.
Claro que este obsequio del que hablo no se circunscribe a mí solamente: para ser pleno, completo, requirió de tu presencia, de tu contraprestación -como se dice en la jerga abogadil-. De ahí que estoy tan agradecida por haber podido contar con vos. Te doy gracias por tus abrazos, tus silencios, tus risas, tus mates, tu mirada, tu palabra, tu estar ahí para mí cuando lo necesité. De esta manera, mi regalo es también que vos te me hayas dado.
En definitiva, y aunque parezca un trabalenguas, creo que el mayor regalo es darse. Y poder darme/nos no tiene precio.
Mañana, cuando llegue el 2011, voy a brindar por seguir andando, dándonos, proyectando, soñando, riendo, llorando, levantándonos, compartiendo, creciendo, superándonos, animándonos, aprendiendo... En suma, mi deseo es que en este nuevo año sigamos cultivando el regalo de nuestra amistad, que cumplamos todos nuestros deseos y que no nos pasen desapercibidas esas pequeñas cosas que nos hacen simplemente felices.
¡Gracias por todo 2010, hasta siempre! ¡Bienvenido 2011!

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Y la vida pasa...

De un tiempo a esta parte estuve mascullando ideas... sobre algunas de ellas me voy a detener en este post.
"La vida es aquello que te pasa cuando estás ocupado haciendo otros planes", decía John Lennon en una de sus canciones... ¡cuánta verdad!
Uno se pasa la vida agendando actividades, apuntando reuniones, armando programas, y al final, termina por sentir que no hizo nada; que nada verdaderamente relevante le ha hecho estremecer, le ha tocado el alma, le ha hecho más feliz.
Hace poco, hablando con un amigo, yo le comentaba acerca de la profunda insatisfacción que me producía la gris rutina que englobaba mis días, la frustración que me generaba el no poder hacer nada para modificar ningún ítem de mi agenda, lo diferente que había soñado que iba a ser mi vida cuando era una niña, en contraposición con lo que actualmente terminó siendo.
Luego de escucharme con especial atención, me dijo algo que me dejó pensando, y que guarda mucha relación con la frase de Lennon: "te estás perdiendo de vivir lo mejor, pensando en lo que no fue... haceme caso, cuando salgas mañana de tu casa rumbo al trabajo, en la oficina, cuando salgas a la calle, mirá a tu alrededor... estate atenta... en todos lados vas a encontrar ocasiones para llenar de sentido tu vida, para ser feliz".
¡Y cuánta razón tenía! Hay tantas cosas que nos suceden a diario que nos reconcilian con el mundo, con nosotros mismos... El olor de los jazmines floreciendo; la sonrisa de un niño; la perseverancia de los ancianos que, pese a sus achaques propios de la edad, siguien dando pelea, aunque más no sea pidiéndote ayuda para cruzar una calle; el sagrado mate con los compañeros del trabajo; la vuelta al parque; el canto de los pajaritos cuando amanece; el olor a tierra mojada después de la lluvia; la complicidad con los amigos; la tranquilidad de conciencia después de haber hecho las cosas bien; la letra de una canción que nos hace soñar con la posibilidad de un mundo mejor; el reconocerse frágil y vulnerable hasta las lágrimas, que siempre se comparten; la felicidad por haber logrado un nuevo desafío; el poder abrir el alma una y otra vez, aun después de haber sufrido varias heridas; el saberse niño, a pesar de los años que uno tiene encima...
Es cierto; de hecho, a mi personalmente me pasó: si alguien me hubiera preguntado hace 20 años atrás cómo sería mi vida a esta altura del partido, mi respuesta habría sido otra. ¡Pero... qué bueno que pude aprender a valorar esas pequeñas cosas! ¡qué bueno que me animé a encarar otros proyectos, a andar otros caminos cuando el mío, el que me había trazado en su momento, no tenía salida! ¡qué bueno que todavía hay cosas que nos sorprenden, que nos tocan el alma! ¡qué bueno que aun podamos encontrarnos aun en la vorágine de la rutina cotidiana! ¡qué bueno reconocerse en la mirada del otro! ¡qué bueno poder compartir el peso de nuestros fracasos con esos hermanos que uno va eligiendo en el camino!
No tengo recetas... no sé cuál es la clave... sólo sé que hay que relajarse, abrir los ojos y dejarse llevar más...