domingo, 23 de enero de 2011

El miedo a la libertad

Antes de que me denuncien, quiero hacer una declaración: el título de este post es idéntico al de un libro de Erich Fromm; libro que tengo en mi biblioteca pero que por el momento no he siquiera abierto. Incurrí en el plagio -que en rigor de verdad no es tal porque estoy poniendo de manifiesto de dónde proviene la cita- por el simple hecho de que no se me ocurrió ninguna otra manera mejor de describir lo que ha estado exacerbando mis neuronas últimamente.
Uds. están en todo su derecho de aseverar que estoy loca... y sí... convengamos que hay que estar un poco loco para vivir en este mundo, digitado por unos pocos a costa de un contingente de "nadies". No obstante, no me voy a detener ahora a desarrollar esto acá: el espejismo que nos impone la postmodernidad será, en todo caso, materia de debate para otra oportunidad. Pero sí... confieso que soy una "loca linda".
Retomando el tema principal -sepan disculpar la dispersión que me invade-, aprovecho para aclarar el alcance de lo que yo quiero significar por "miedo a la libertad". Desde ya, no me estoy refiriendo a cualquier libertad, por lo que quedarían fuera de este análisis la libertad sexual, la libertad para elegir qué color de pelo usar, la libertad de prensa, la libertad de expresar ideas; entre otras tantas que supimos conseguir con sangre, sudor y lágrimas... por lo que ya son nuestras desde el minuto uno en que llegamos a este mundo y por imperativo legal.
Cuando cito a Fromm al hablar del "miedo a la libertad", apunto nada más y nada menos que al miedo a "ser" libres.
La existencia, el hecho de estar vivos, de ser, implica -desde mi humilde punto de vista- el desafío de poner en juego todo lo que somos en cada cosa que elegimos y en cada vínculo que forjamos. Y en estos días, he sentido que muchas veces uno vive, uno existe, pero no es taaaaaaan libre como cree. En efecto, pude comprobar que ser todo lo libres que queremos ser no es tarea sencilla; máxime en esta época en que, paradójicamente, tenemos libertad hasta para elegir no ser libres.
Cuando uno decide ser libre, actúa libremente. Esto, llevado al plano de las relaciones humanas, necesariamente supone exponerse, abrirse, fluir, expresarse... en pocas palabras, dejarse ser. Y ahí es cuando asoma el miedo... ¿y si no le gusto? ¿y si lo que tengo para decir le parece una boludez? ¿y si subestima mis inquietudes y corro el riesgo de que con su descalificación termine de caérseme el mundo encima? ¿y si no me entiende? ¿y si con lo que siento, al expresarlo, me siento vulnerable? ¿y si me arriesgo y finalmente vuelvo a quedarme sola... otra vez?
En este punto me quiero detener: si uno adopta como pilar de su existencia -y de la existencia humana en general- a la libertad; cuando uno abraza esa libertad, ineludiblemente tiene que lidiar con el miedo. Ese miedo que se manifiesta como un escalofrío que recorre nuestra espalda, como un monstruo grande que pisa fuerte, como un gran iceberg que nos bloquea y nos paraliza, desnaturalizándonos. Este miedo del que hablo es tan pero tan poderoso a veces, que uno puede terminar optando por renunciar a su libertad, prefiriendo dejar las cosas como estaban con tal de no tener que enfrentarse a él.
Creo que lo valioso de vencer al "virus del miedo" -parafraseando una vez más a mi querido Ismael- es que, una vez derrotado, una vez sorteado ese obstáculo, el ser humano conquista su libertad y se convierte en un ser libre. Y el hecho de sabernos más libres que nunca, de haber podido "ser" quienes en verdad somos, es el mayor logro al que podemos aspirar.
Por otra parte, vivir plenamente la libertad en el marco de la interacción con un otro, me conlleva a reconocer en ese otro el mismo grado de libertad. Por lo que, al momento de construir vínculos humanos sanos y auténticos, se torna imprescindible considerar a las personas dignas y merecedoras de libertad; incluso cuando ellas mismas aun no se hayan descubierto como tales.
Me imagino que a estas alturas estarán pensando que este post es un juego de palabras... pero no. La idea era tratar de compartir con Uds., mis queridos lectores, lo que recién a mis casi 33 años, he descubierto como vital. Como ya esbozara vagamente a lo largo de otras entradas, honestamente estoy un poco cansada de pelear batallas infructuosas contra fantasmas que sólo se alimentan de histeria, agotada de jugar con reglas que terminan imponiendo la victoria (libertad) de unos por sobre el fracaso (esclavitud) de otros; me niego absolutamente a esconderme tras una máscara llegando al extremo de desconocerme. Hoy por hoy, quiero ser libre aun a riesgo de quedarme sola... Definitivamente, prefiero estar sola pero no tenerle miedo a mi libertad; no quiero temer ser quien soy. Esto viene a cuento de que, los valientes que atravesaron todas las etapas de este camino, dicen que no hay peor soledad que aquella a la que uno mismo se condena cuando no se elige.
Ahora bien, hay que puntualizar en esta instancia que el ejercicio de la libertad no es excluyente de la vida en pareja; no nos impide que podamos entablar relaciones humanas de ningún tipo... sólo exige que éstas también sean libres, que se basen en el respeto mutuo de la libertad de cada uno.
Por otra parte, estas reflexiones que someto a vuestra más distinguida consideración, concluyen en que vale la pena el desafío... pese a que los resultados puedan parecer en un primer momento adversos; aunque aquello que anhelamos en lo inmediato se nos escurra de entre los dedos; a pesar de que ese otro termine por elegir no vivir en ese mismo plano de libertad que -por el sólo hecho de existir- le corresponde y, por ende, quedará latente en su interior hasta que se decida a alcanzarlo.
Es que, como ya les advertí antes, el otro -como ser libre que es- bien puede decir que NO, que no sabe cómo darse, que no quiere exponerse, que prefiere dejar las cosas ahí, que opta por no ser libre, aunque parezca contradictorio. Y tenemos que saber respetar las decisiones del otro, de la misma manera que nosotros exigimos que las nuestras sean respetadas.
Sin embargo, no todo está perdido... luego del abatimiento, del sabor amargo de la tristeza, de la impotencia que nos puede acarrear la elección que en definitiva hace el otro; allá a lo lejos, es posible vislumbrar una luz, un poco tenue al principio. Esa lucecita luego se va convirtiendo en un rayo incandescente, para transformarse finalmente en un sol radiante que brilla con tanta fuerza que hasta nos encandila: hemos ganado la batalla... vencimos ese miedo a la libertad, conseguimos conquistarla.
Como diría Jean Paul Sartre, uno de los más conocidos expositores del existencialismo, "estamos condenados a la libertad". Cuanto antes la vivamos, cuanto antes optemos por ser libres, más fieles nos seremos... más pronto nos habremos encontrado... más simple será para un otro encontrarnos.
Espero que no se hayan aburrido leyéndome... De todas maneras, pese a que temo que mis cavilaciones les parezcan un embole, elijo postearlas igual... aunque decidan dejarme sola y zambullirse en otro blog. Ja!

No hay comentarios:

Publicar un comentario