jueves, 17 de marzo de 2011

Catarsis

No sé muy bien qué me anda pasando... estoy como abatida por una maraña de sensaciones encontradas, por un remolino de sentimientos de esos que consiguen generar inestabilidad...
Haciendo un breve repaso, me di cuenta de que es posible que ésto se deba a varias cosas, como por ejemplo:
  • el final del verano y la inminente llegada del otoño, lo que trae aparejado que los días sean un poco más cortos y que anochezca más temprano, que las temperaturas disminuyan considerablemente, y que las flores comiencen paulatinamente a dejar de emanar ese perfume embriagador;
  • la inexorable llegada del mes de abril, que -como asiduos lectores, ya saben- me induce a mirar las cosas desde una perspectiva diferente, conminándome de alguna manera a poner en la balanza todo lo que hice y dejé de hacer durante el año que pasó;
  • los cambios rotundos que la realidad nos impone, que no son necesariamente malos porque suelen implicar una serie de ajustes que siempre, a la larga, terminan siendo positivos... aunque uno no tenga muchas ganas de adaptarse a ellos, si le dieran a elegir;
  • la agobiante historia cíclica de cada uno: eso de que la rutina por momentos consiga ganar la pulseada y uno termine por pensarse como un mero espectador de su propia existencia, situación ésta que me rebela pero que no consigo erradicar del todo;
  • los miedos, incluyendo entre ellos, al miedo a la libertad, sobre el que les comentaba en mi post anterior;
  • el caos de tránsito;
  • la soledad;
  • el no sentirse comprendido por el otro, lo cual es resultado lógico de que no logremos, en primera instancia, comprendernos a nosotros mismos;
  • la ardua tarea de darse, de barajar de nuevo, de cerrar capítulos que no conducen a ninguna parte, de animarse a ponerse en juego -so pena de salir lastimado-, con el altísimo grado de ansiedad que todo ello trae consigo;
  • la postergación de proyectos, sueños, ilusiones y juegos, que se sigue del mero hecho de volver al ruedo y de enfrascarnos de lleno en la rueda gris de las responsabilidades;
  • la devastadora tragedia que azota a Japón y al mundo entero;
  • la angustiante pobreza socio-económica que padecemos como sociedad, que duele y nos compele a la lucha, aunque a veces sintamos que estamos peleando contra molinos de viento por momentos;
  • el agotamiento mental y anímico que resulta de todas estas situaciones entrelazadas, de todos estos ingredientes juntos.

Pero -por suerte, siempre hay un "pero" en la mayoría de mis elucubraciones- como después de la lluvia sale el sol, tengo que reconocer que este desasosiego que a veces me invade suele escabullirse de la misma manera en que llega: subrepticiamente. De hecho, aun cuando las lágrimas desborden, confío en que "mañana será otro día", "cada vez que se cierra una puerta, se abre una ventana", "no hemos de darnos por vencidos ni aun vencidos"...

¡Guarda que no es que me conmuevan las frases hechas o que me programe para repetir esas afirmaciones típicas de los libros de autoayuda -sin desmerecerlos, por supuesto-! Pasa que, en el fondo, mis queridos, soy una incurable optimista y no lo puedo evitar. Estoy convencida de que cada experiencia que vivimos encierra una enseñanza, cada amanecer alberga miles de posibilidades, cada golpe nos hace más fuertes para seguir andando. Lo sé porque ya me ha pasado. El tema es que esto de vivir es apasionante: si bien cada vez los miedos como las expectativas son más grandes, y uno no deja de ponerse más grande tampoco; por otra parte, hay cosas que uno ya fue adquiriendo, hay menos preguntas -y más punzantes- y hay también un puñadito de certezas... la sumatoria de todo, en definitiva, nos ayuda a ir desentrañando la madeja, a correr el velo y a vislumbrar la senda.

Y así, de a poco vamos empezando a apreciar las hojas que caen de los árboles formando alfombras de colores, los chocolates calientes, el reconfortante calor de las estufas, los encuentros anhelados, las películas en la cama, las mantas de polar, las noches más largas precedidas por días más cortos, el viento en la cara, las sorpresas y alegrías que nos deparan los cambios, la aventura de disfrutar del viaje por más abarrotada que esté la ruta, la adrenalina que nos produce el sabernos protagonistas de nuestra vida, el inmenso cariño incondicional que nos genera el conocernos un poco más, la infinita posibilidad de darse, la felicidad de sentirnos acompañados aun cuando estamos solos, la empatía con el que sufre, que nos hace más humanos y nos reconcilia incluso con nuestras propias miserias, la satisfacción de haber superado la prueba, la certeza de haber dado pelea a los monstruos que no dejan de aterrarnos...

Estos días fueron angustiantes, sin duda... Sin embargo -les confieso- que haberme hecho este tiempito para compartir estas líneas con uds., me hizo mucho bien.