jueves, 21 de abril de 2011

Liberté

La Pascua, según la Biblia, es el paso de la esclavitud a la libertad. El Cristianismo, por su parte, nos ha enseñado que "la Verdad os hará libres". Las democracias modernas se fundan en férreos principios como la igualdad, la fraternidad y la libertad. Las publicidades nos compelen a procurar ser cada vez más libres: si comprás tal o cual producto vas a sentirte más liberada; si juntás tapitas de gaseosa vas a poder hacer lo que quieras; si consumís determinado programa de televisión vas a poder tomar mejores decisiones, etc. La música, el cine y las artes en general también nos hablan de la libertad...
Pasa, sras. y sres. que la libertad es inherente al ser humano. El hombre nace libre y procura seguir siéndolo a lo largo de su vida... está en sus genes, por decirlo de alguna manera. Paradójicamente, a veces, en esta empresa apasionante que es la vida, uno termina por creer que sigue siendo libre aun cuando, en realidad, no puede vivir sin tal o cual producto, sin adquirir determinados bienes de consumo, sin alcanzar ese nivel socio-económico que -precisamente- le ha facilitado disfrutar de ese alto nivel de "libertad".
Pero la libertad no se mide en términos de bienestar exterior, de logros económicos ni de objetos que uno ha podido adquirir. Aunque hay quienes sostienen, motivados por las glorias del capitalismo, que el dinero ayuda a ser libre para "tener, comprar, conseguir lo que uno quiere".
La libertad de la que les hablo hoy yo nada tiene que ver con todo esto. Yo apunto a la libertad interior: esa que nos confiere el sabernos seres humanos que podemos pensar, decir y hasta sentir lo que queramos. El hombre es, por definición, libre. La macana es que, a medida que vamos creciendo, los condicionamientos externos, los miedos, las expectativas de otros, los mandatos, de alguna manera atentan contra esa libertad que nos define. Si bien es cierto que para vivir en sociedad, nadie puede ser del todo libre, porque "nuestra libertad termina donde empieza la del otro", a lo que voy es a que uno mismo, internamente, va coartando su propia libertad por cuestiones de orden psicológico o conductual que fue aprehendiendo. De ahí que uno no dice en voz alta todo lo que piensa, uno se controla para no hacer tal o cual cosa que podría eventualmente generar reprobación en un contexto determinado, etc.
En algunos casos, cuando la mirada del otro ocupa un lugar extremadamente predominante en nuestras vidas, llegamos a limitar nuestra libertad hasta de pensar o sentir. Claramente, en este caso, estaríamos ante un cuadro -creo yo- patológico: nuestra libertad sería ínfima en relación con la libertad de los demás, que adquiriría así un alto grado de protagonismo; tan alto que nos "sometería".
La mayoría de los seres humanos nos consideramos libres... hasta que nos relacionamos con otros. En mi corta experiencia de vida, he podido comprobar que personas de todas las edades, de todas las clases sociales, de todos lados, que uno certificaría que son plenamente libres o que, de proponérselo, podrían serlo, no lo son. Lo que sucede es que, cuando vamos creciendo, a los condicionamientos que mamamos de niños, se le van sumando otros. Cuando queremos darnos cuenta, estamos contra las cuerdas, peleando internamente con nosotros mismos para liberarnos de esos fantasmas que nos afrentan.
En mi caso particular, suelo ser bastante libre con algunas cuestiones: no me ata la religión, no me siento oprimida por las ideas de vanguardia, no soy esclava de la moda ni de la apariencia, no soy una consumidora compulsiva, no me atormenta el hecho de no tener tal o cual cosa. Pero en cuanto a las relaciones interpersonales, debo admitir que no soy todo lo libre que querría ser.
Esto quiere decir que hay situaciones en las que no me atrevo a hacer lo que quiero, hay personas a las que me cuesta mucho decirle lo que pienso o lo que siento. Y eso tiene que ver con que tengo lisa y llanamente miedo. Miedo a hacer cosas que nunca hice, a equivocarme, a hacer el ridículo. Miedo a que no me quieran, a no cumplir con las expectativas que, asumo, otros tienen de mí, a decir que no. Se podría hasta decir que esto del miedo es mi "talón de aquiles". De ahí mi "miedo a la libertad" del que les hablaba en otro post...
Ahora, contradictoria como soy, no le temo a conocer personas y lugares nuevos, no me da miedo vivir historias que impliquen involucrarme, no siento miedo de darme, no me paralizo ante situaciones que otros podrían considerar difíciles y hasta injustas, no suelo darme por vencida cuando la vida da esos golpes duros de asimilar: prefiero vivir y sufrir a no haber vivido para evitar eventualmente el sufrimiento.
La lucha es interminable: cuando uno cree que ha ganado la batalla, una nueva oportunidad de ser libre o no serlo se presenta, y algunas veces se vuelve a caer en las redes del sometimiento; a veces inconscientemente y otras, bien a sabiendas.
Humildemente, pienso que lo importante no es no tener que pelear más contra estos molinos de viento: creo que lo valioso es que en cada caso, uno pueda verse, reconocerse, saberse débil y quererse igual. Éste sería el primer paso. Luego, surgen los cuestionamientos internos, de los que uno no puede escapar si quiere vivir una vida auténtica: "¿es esto lo que yo quiero/siento/pienso en verdad?" Acá lo ideal entiendo que sería que, en base a la respuesta, podamos actuar en consecuencia. No creo que haya que castigarse si uno no lo consigue de buenas a primeras... sobre todo si se pone en perspectiva que, habiendo vivido toda una vida condicionado, esto de ser libre no va a resultar tan simple como soplar y hacer botellas. Lo fundamental es no engañarse a uno mismo, y tenerse paciencia... esa paciencia que nace del amor incondicional que uno va aprendiendo a tenerse. Cuando una persona se sabe amada se empieza a liberar. De a poco, ese ser que es uno mismo, que se conoce como nadie y que es amado a pesar de sus limitaciones, pasa a ser un ser plenamente libre. Y no porque haga o diga lo que quiera a los cuatro vientos; simplemente porque sabe cuál es su lugar y quién es, y es libre de serlo, particularmente, en cada caso concreto que se le va presentando. Entonces, cuando sienta que se lo quiere manipular, cuando se le quiera imponer algo, cuando alguien pretenda de él algo que no quiere dar; sabrá cómo no dejarse someter, cómo liberarse, cómo decir que no. Hace poco escuché un tema de Rosana que cada vez que suena me conmueve, se llama "Llegaremos a tiempo" y dice: "Sólo pueden contigo, si te acabas rindiendo". Pienso que aplica para esto de no bajar los brazos y seguir conquistando la libertad interior.
Yo sé que esto puede parecerles una gran pelotudez, que muchos ni siquiera compartan mi punto de vista, que algunos piensen "efectivamente, sí... Aurora es una contradicción caminando" (lo cual no sólo no niego sino que afirmo)... En definitiva, sé que puedo no gustarle a todo el mundo y que, mejor aún, no tengo que gustarle a todo el mundo. Y es un gran alivio saber que mi valía como persona no está puesta en esas variables, sino en cuestiones tales como el coraje con el que combata mis miedos, el esfuerzo que ponga en superarme, el empeño con el que me siga conociendo más a mí misma y me sea fiel.
Estoy en proceso de convertirme en quien soy... Citando a Juan Gelman: "aquí pasa, señores, que me juego la muerte" ("El juego en que andamos").

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